cénit de algodón · tercera carta
agosto es el período de repostar. más allá de reciclarme, hago acopio de una vitalidad nueva que no tengo ni idea de dónde procede pero que contiene el misterio suficiente como para esperar fielmente la miel del próximo agosto.
hoy no entró la última mandarina. les faltó acierto, pick and roll, contención de pérdidas o velocidad, pero seguirá conmoviéndome su espíritu colectivo: constancia, horizontalidad, esfuerzo, humildad e ilusión. remaré donde guíe Scariolo; qué suerte ver jugar a Darío Brizuela, Sergi Llull y Rudy Fernández.
es una víspera de lluvia inesperada y, ante todo, de viento fortísimo. googleo para comprobar que son 25 nudos, número 6 (fresco, brisa fuerte) en la escala de Beaufort de la fuerza de los vientos. buen momento para abrir juego por el flanco de mi conocimiento meteorológico: ¿sería viable instalar una estación básica con termómetro, higrómetro, barómetro, anemómetro y piranómetro? existe también el heliógrafo. ¿y podría medir desde casa las contaminaciones?
parece que se acerca una tormenta eléctrica, fenómeno vertical que siempre me recuerda a Τύχη, la fortuna o nuestra carambola. y pienso en que necesito secuencias de respiros, como si una entrenadora planificara para mí series de ejercicios en la piscina corta municipal a la que estoy abonado. las plusmarcas y las preseas son aún buenas ideas, como el baloncesto. son batallas pacíficas que me permiten tomar distancia del sobrante de crítica que nos envuelve, y que es altamente excesivo: emborronando y dificultando la audición clara de crisis que sí hay que traducir y acompañar, dispendia fuerzas. cabe recordar que la “crítica” ni es sinónimo de sabiduría-ingenio ni tiene entidad propia; tampoco el mandato del “posicionarse” parece contar con todos los avales.
me interesan más otras opciones para la inspiración. dar volteretas al crono para desprenderme, perfundir las cosas buenas utilizando las dosis precisas de representación y reduciendo el cartón-piedra. a la vez, reaprendo nuevas prudencias: si no me cuido, coordino y evalúo bien, no es que vaya a morirme sino que no viviría bien —en lo que de mí depende y es factible—, y afrontaría dificultades extra que me lo pondrían cuesta arriba, lo cual no es un aliciente.
pienso en que entregarse es gastarse y que por eso es innegociable militar en el compromiso con la otra. el amor genérico tampoco es permutable, pero es voluntario —otra contradicción que libera, igual que la tensión entre fundirse y diferenciarse—. pienso también en que la exigencia moral no puede ser sólo para grupos cerrados: debe alcanzar a los entornos más inespecíficos, al tipo de relaciones superficiales en las que nutres tu figura pública. ni que decir tiene que “colectivos” adolecen de no pedir bien cuentas en ambos filtros.
vi La zona de interés (Jonathan Glazer, 2023) sabiendo de mi afinidad con su estructura de ideas, que engarza con intuiciones —dispersas, persistentes— sobre múltiples asuntos análogos. no soporto las “zonas de interés” de orden intelectual, estas que consisten en trucar el tablero para que siempre te salga a ganar a cambio de dejar fuera elementos que no pueden excluirse. la idea del juego limpio me arma contra los cuadros incompletos. me da cierta paz porque prepara el terreno para edificar la teoría que respalda a mi cuerpo. transparentarnos no es un buen fin; menos aún ciertos ángulos muertos.
lo viejo —la natación— aún no perece y lo nuevo —el atletismo— aún no nace. conviviendo con el aire fresquísimo que sucede al temporal, concibo las fases del verano como un regalo: siempre que parece que he acabado de recuperar y exprimir el jugo de las buenas recomposiciones… aparecen nuevas semanas en el calendario, saliéndose de los bordes de lo contable, torciendo el tiempo.
aún sucede que una aventura es más bonita si no miramos el tiempo en el reloj.
a raíz del nuevo verano de Simone Biles, vi que la inteligencia artificial se usa oficialmente desde hace unos años como complemento a la labor de quienes puntúan a las gimnastas, debido a sus dificultades para precisar tal enorme cantidad de variables codificadas. sin embargo, el tema tiene aristas problemáticas —entrenar la IA como herramienta de vigilancia—, que se suman a razonables posiciones antiolímpicas que conviene saber. siempre paralelamente a las maravillas de la gimnasia rítmica y artística. me inspiró la sencillez de Cobi y la inteligencia viva de Pasqual Maragall; encontré infografías perfectas hechas para El Correo para Londres 2012.
por otra parte, horripilan otras dos vertientes de la conversación pública alrededor del acontecimiento: comentaristas que “felicitan” por “haberse curado” de “sus problemas de salud mental” —no, no es algo individual; el problema de modelo mental es de la comunidad, que lo propicia en algún individuo, muy evidentemente en estos casos de carreras así notorias— e ignorancia radical de la naturaleza del género —esto pasa por no estudiar bioquímica y genética, o no leer Testo yonqui (Paul B. Preciado, 2008). me queda en la mesilla El arcoíris de la evolución (Joan Roughgarden, 2021)—.
el 1 de agosto fue este año el Día de la Deuda Ecológica (Earth Overshoot Day), en el que el conjunto de población humana agotó su saldo ecológico “disponible” y comenzó a superar su biocapacidad —de regeneración—. el límite varía según el país —en España fue el 20 de mayo, lo cual subraya la doble injusticia de quienes acaparan los recursos que no le son propios—. contrasta la manga ancha de la “racionalidad económica-especulativa” en esto con el yugo que se impone a personas o países con la deuda pública, que sabemos que tiene mucho de control social y nada de moral valiosa. leo la Revista Técnica de Medio Ambiente. creo en regenerar mi mundo.
el caso Alice Munro ilustra la naturaleza delictiva de un alto porcentaje de actitudes artísticas que ni son ni deberían verse como opciones de vida. la omertá de un “mundo cultural oficial” que está en las antípodas de aquello que sí es cultura define a la perfección el contorno de tantas perversiones hipócritas toleradas por personas que carecen de humanidad. nunca más. la vida no son luces y sombras que alguien estudiará en un departamento; nadie puede crecer creyendo que tiene carta blanca para dañar-desechar.
descubrí el FLIP, un obsoleto buque de investigación oceanográfica al que jubilaron un año atrás y que tenía la particularidad de cambiar su posición con un giro de 90º para quedarse vertical. así hacía estudios submarinos y resistía a grandes tormentas gracias al plus de estabilidad. me llevó a leer sobre expediciones recientes al Ártico y a la Antártida, el BIO Hespérides y, obviamente, aquella catarata que saltó el buque-escuela Estrella Polar. dos audiovisuales más: Ciencia Maps y la miniserie Ramón y Cajal (1982).
el investigador biomédico Carlos López-Otín, con su forma de explicarse, dio cobijo a mis vocaciones cuando las pasaba canutas siendo violentado. «envejecer es perder la armonía molecular». desde Oviedo contribuyó a la secuenciación del genoma de la ballena boreal, que vive doscientos años. he comprobado que larvó mi consagración a las subcarpetas color pastel.
la periodista Marta Peirano escribió hace unas semanas un artículo que me impresionó. disiento de parte de su enfoque, que incluso me chirría y me pone en su contra, pero apunto «¿y si sólo el privilegio de contemplar lo nuevo nos permite amar o rechazar aquello que no está ya dentro de nosotros?». además me acerca a leer Mundofiltro (Kyle Chayka, 2024).
Duralex, tradicional compañía fabricante de vajillas de cristal resistente, se convierte en una sociedad cooperativa obrera de producción (SCOP) controlada por sus 226 personas trabajadoras y apoyo ecologista. bien.